CLARICE POESÍA: nuevo volumen
"El estampido del vuelo", de Alicia Quiroga, Premio Leopoldo Lugones 2024 de la Fundación Pro Arte Córdoba, se suma a la biblioteca de poesía.
"El estampido del vuelo", de Alicia Quiroga
por Florencia Amalia Gordillo, Coordinadora del Premio Literario de la Fundación Pro Arte Córdoba
Un universo sonoro y metafórico, que, en primera instancia, pareciera significar un juego lingüístico, nos conduce a un entramado de palabras que en una incansable continuidad abre la mirada a un contrapunto, en donde se debaten y conjugan las fuerzas de la naturaleza y el destino del hombre. La intensidad del título El estampido del vuelo, y el enunciado con que la autora completa su afirmación: es la fuga del pájaro en alas, anuncian el deseo recóndito de simbolizar, en las alas, la libertad. Una nota distintiva muestra cómo naturalmente, en el pájaro, el vuelo signado por las alas es instintivo; y en el hombre es su accionar responsable el que la elige o la destierra.
Este poemario estructura en dos partes una mirada cósmica, que no responde a una división estricta, sino a la realidad de la presencia determinante de los cuatro elementos: agua, aire, fuego, tierra, sostén y refugio imprescindible, que rodean al hombre, universal arquetipo, y, en él, la simbología del vuelo en la creación a través de las voces.
Los primeros versos con sutil delicadeza crean un ámbito cargado de sensorialidad. La localización surge de una metáfora que será un eje que hilvana la secuencia: nacer, crecer, vivir, morir, recurrente en la obra; así se refiere al cañadón como: cauce empedrado, cauce llorado, cauce: ombligo, precipicio, cerrojo… no hay cauce que apremie la desmesura.
Mientras el agua corre y aparece como gota, lágrima, lluvia, la vida continúa y un yo lírico desnuda su interioridad con el refuerzo del pronombre reflexivo: me duele, me duele la lluvia, un recuerdo me solloza… un regreso me hace feliz. Esto conlleva a la permanencia del ser en un mundo imperfecto que persigue el vuelo, acaso como una necesidad de ascenso de viaje vertical, que supere lo terrenal para abismarse a una trascendencia, que sólo el alcance del desprenderse de la realidad se lo podrá brindar.
No porqué sí, inicia el viaje poético invocando al arcángel del viento, mensajero hacia la luz y la espiritualidad, la voz interna aprovecha y se cuelga de los jirones, que flotan en el aire para convertirlos en belleza desde lo poético.
Llamativamente, en los poemas elige nombrar, de entre los pájaros, al hornero, quien con paciencia arma su casa de barro y paja, que en el tiempo es trabajo, esfuerzo y también cobijo, hogar, de la misma manera que el ser humano busca tener su techo en la “casa universal” hasta que sienta, como dice la escritora, que el Universo será la Patria que me habita.
El ser creado, la criatura humana, como los seres de la naturaleza cumplen ciclos, y así como en los días se asiste a las albas y crepúsculos, la vida y la muerte, el florecer y el marchitarse, así el hombre vive el desgaste del transcurrir en sus horas, en la persecución de desbaratar el misterio y las dudas.
En un vaivén inevitable, el hombre alterna entre lo sorprendente y lo cotidiano, se fascina en la inmensidad de los cielos, escucha en los trinos de los pájaros los mensajes que trae la fugacidad y lo eterno que se guarda en la memoria, busca respuestas y no descansa queriendo alcanzar lo absoluto.
Así como las alas y trinos son condición de pájaro, la palabra es el tesoro más rico para decir/decirse, dejar que lo escondido con celo en el interior de cada uno, brille, refulja y movilice el corazón de uno y de otro.
Hacer que lo dicho tenga un cauce, que sea capaz de mitigar el dolor que apena al hombre contemporáneo que no encuentra un sitio que lo acoja a su medida y necesidad de sus ilusiones.
El clima logrado por los primeros versos manifiesta un paisaje bucólico, eglógico, en el que danzan en armonía los cuatro elementos. Ese equilibrio mientras no se desborde en excesos, es la ofrenda de la magnificencia que nos rodea y es obligación del hombre cuidar y preservar para el verdadero disfrute de lo dado.
Todo el misterio y lo sorprendente está en el vuelo al más allá, para ella, la creadora, Dios.
Los versos, a medida que se acercan al meollo esencial que anuda y desata la sustancia del mensaje, van tragando, triturando, trozando, tremolando, yendo hacia un desenfrenado vórtice, en donde se agolpan las turbaciones de un mundo voraz, los sinsentidos, las transformaciones, los dolores, el brillo del metal que es puñalada, la estocada, la furia, el hambre, la injusticia… en síntesis, la oscuridad.
El estampido del vuelo estalla no con el estruendo de la bala, sino con el despertar del pensamiento y el sentir en el siglo XXI, cuando alguien, tal vez sin proponérselo, recibe el legado del “gran lírico finisecular”, quien también vivió los cambios que trajo la urbanización y la modernidad y quiso seguir indagando y encontrar la luz y la verdad en lo poético, quiso que el verso se mostrara con la riqueza de lo sensorial, los tropos que embellecen, la riqueza desmesurada de un lenguaje poderoso, la búsqueda de la belleza y lo sublime, el símbolo, la ruptura y la identidad de lo nacional. Alguien, posiblemente, percibió que el reto pedía renunciar a la oscuridad, que hilaba su sombra, y comenzó a deslizar trazos que se escuchaban desde el interior de un corazón atormentado, y permitió que la luz hiciera brotar desde lo más escondido y secreto, sólo brillo y luz, alejarse de la penumbra y los quiebres y entregar las voces al viento para que las desparramara en un horizonte limpio y abierto para volver a florecer en el sitio del poema, entrega en la que debe habitar por siempre la belleza del vuelo creador.
Abrir y cerrar el poemario desde el vuelo en un mundo cósmico, responder a un desafío y escuchar una voz que grita: ¡Vuela!, y dejarte en libertad para entender que “El disparo del alma ha sido tu palabra revelándose verdad”.



