La obra de Susana Arévalo es de una fina y reconcentrada sensibilidad, de esencial hondura y amplitud significativa. Una poesía despojada, sin ninguna efusión innecesaria y en la que cada palabra se sopesa hasta el extremo, el sonido, el ritmo, el lugar en la página, el blanco que la rodea. Su originalidad consiste en haber “afilado el estilo como la hoja de un cuchillo”.
Por ello nos convoca a una lectura de relieves hondos, concordantes necesariamente con la interioridad de la poeta, su ritmo distintivo, un cuerpo personal/cuerpo verbal que hacen un solo cuerpo lírico, expresado en una lengua insobornable y áspera “guiada por el rumor de la sangre/ a tientas/ entre glorietas y cenotafios./ Sin relieve/ sin sujeto/ sin aliento”.
Quien conoce a Susana personalmente puede decir que su silencio es enigmático, austero, interrumpido esporádicamente por alguna publicación o participación en una mesa de poetas. Un silencio que en estos tiempos aturdidos -de desmesura del afuera- puede parecer incomprensible, pero que está habitado por la condición del poema como profunda realización vital y como diálogo con otros poetas, con filósofos y hasta con personajes literarios, para contradecirlos, darles la razón o actualizarlos en la propia palabra: “he invocado a Emma/ Swann/ Dolores/ Kubla/ H.H./ Moby/ Fausto/ Gregorio/ Valdemar./ He conjurado a la Belleza”.
Arévalo es una poeta de sello inconfundible, de palabras que no dejan de exhibir las cicatrices entrañables de la lengua poética, como un “Alto Hacker en la Internet Profunda”, como quien “se burla de sí misma/ huye de sí misma/ se niega a sí misma”.
- Silvia Barei -